Telecinco estrena un nuevo reality show. Lleva por título La caja y, según dicen sus gacetillas publicitarias, se trata de la exhibición televisiva de una serie de "terapias psicológicas personalizadas". En la primera entrega -que para mí será también la última- un familiar (padre, suegro, abuelo) de cuatro de los muertos en el último accidente de Spanair-Barajas, decide prestarse al experimento como primer "paciente" del grupo de seis psicólogos que se supone supervisan este largo y repetitivo programa.
El invento no es nuevo. Cualquiera de los talks shows de la misma cadena tiene como meta hacer que sus nada desprevenidos invitados sufran, insulten, mientan, exageren, confiesen viejas culpas o pidan perdón por ellas, todo esto, de ser posible, entre abundantes lágrimas y sollozos. En La caja consiguen lo mismo y mucho más, aunque, quizás simplemente por abaratar costos, en este programa han decidido eliminar a todos esos desagradables "periodistas" entrevistadores, habitualmente encargados de guisar las carroñas ajenas hasta convertirlas en alimento de masas, dejando sólo una voz que, de no ser femenina, podríamos suponer como la del mismísimo Dios. El engendro, extraído de los anales de la ciencia ficción más premonitoriamente catastrofista (ver La naranja mecánica, Blade Runner, Brazil o las novelas Un mundo feliz, de Aldous Huxley y 1984, de George Orwell, a quien ya plagiaron, girándole el sentido, desde la idea hasta el nombre de Gran Hermano) ha provocado la ira, justa, por cierto, de diversas sociedades y grupos de psicólogos y psicoanalistas, que acusan al programa de intrusismo y se alarman por la manipuladora frivolización de métodos y conceptos inherentes a su profesión.
Ya sea porque no son espectadores habituales de televisión o porque prefieren que las respuestas lleguen directamente de los implicados en el asunto, muchos de ellos se preguntan cómo es posible que haya personas dispuestas a ejercer de cobayas para experimentos que podrían ser más dañinos que beneficiosos para su ya, por lo mostrado y visto en la pantalla, algo maltrecha salud mental.
No creo que sea necesario esperar respuesta alguna de los participantes en el programa. Hay mucha gente necesitada de dinero, ocupación, reconocimiento, fama. Además de eventuales perversiones exhibicionistas, destaparse "frente a toda España" podría hacer bastante más accesible cualquiera de esas metas.
Vivimos tratando de esquivar una crisis que no es solamente económica y que, al margen de caídas y repuntes eventuales, parece propia de nuestra condición humana. Cierta vez, refiriéndose a un famoso personaje histórico y con su ironía habitual, Jorge Luis Borges dijo: ¡Pobrecito! Le tocó una época muy difícil, como a casi todos los hombres.
A finales de los años sesenta, cuando muchos soñábamos con el poder de las flores, Sidney Pollack adaptó para el cine una sombría y dolorosa novela del autor estadounidense Horace McCoy: ¿Acaso no matan a los caballos? (en España: Danzad, danzad, malditos)
Se las recomiendo. En ella podemos ver que, salvo algunos notables inventos tecnológicos, hay muy poco realmente nuevo bajo nuestro impasible y dorado astro rey.
Agradecemos a Dante Bertini su autorización para publicar este artículo de su blog: http://cachodepan.blogspot.com/
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